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Fidelidad En Una Cosecha de Recuerdos

Mi madre era una persona rara. Tenía formas inusuales de hacer las cosas. Cuando yo era pequeña, ella probó muchos tratamientos populares y disparatados para remediar las verrugas que tenía en los dedos, sin siquiera consultar a un médico. Cuando ya era viuda, y no tenía el dinero para arreglar la puerta de su secadora, aprovechó para leer un libro mientras empujaba la puerta con los pies durante todo el ciclo de secado. Cuando trabajaba en la oficina comercial de un huerto, multaba con 25 centavos a cualquiera que dijera malas palabras, incluso a su jefe. Curiosamente, ella nunca daba instrucciones ni nos enseñaba los detalles de cómo hacer algo. Pero a través de sus acciones me enseñó muchas lecciones hermosas sobre confiar en Dios.

Esta historia comienza con mis abuelos, que eran dueños de una casa de tres pisos cerca de Boston. Alquilaban el primer piso y, a veces, el tercero. Poco antes de la Depresión, de alguna manera lograron comprar una vieja granja en New Hampshire con el salario de un conductor de camión de carbón y los ingresos del alquiler. Tenían un hijo con distrofia muscular y estaban felices de poder llevarlo al campo en los veranos, además de tener un descanso de ayudarlo a subir las muchas escaleras. Lamentablemente, solo vivió hasta los veintitrés años.

Cuando nací, mis padres compraron el terreno adyacente a la granja. En esa época, mis abuelos se retiraron definitivamente a la casa de campo y el hermano menor de mi madre se casó y vivió en la casa de la ciudad. A mi madre le encantaba vivir en el campo. Nuestra casa era una simple casa móvil, ya que el plan siempre fue que algún día ella heredaría la casa de campo y su hermano menor obtendría la casa de la ciudad.

Mi abuelo falleció, y mi abuela tuvo que depender más de sus hijos. Un día, cuando regresamos a casa después de la iglesia, nos quedamos atónitos al ver un cartel de "se vende" en la propiedad de mi abuela. Mi madre descubrió que habían manipulado a mi abuela para que vendiera su otra casa a su hijo por un precio que parecía muy por debajo del valor del mercado y luego pusiera la granja a la venta. Mi pobre abuela, de más de 80 años, parecía confundida. No la podían convencer de que retirara la granja del mercado.

La casa de campo se vendió. Durante muchos meses, mi madre sintió un profundo dolor al relatar las malas acciones de su hermano. Para ella, fue una traición y la pérdida de su derecho de nacimiento.

Al mirar atrás, llegó un momento en que mi madre dejó de hablar de la pérdida de la granja y NUNCA volvió a mencionarla. Para alguien con una memoria tan buena, claramente lo perdonó todo. Recuerdo que le dijo a su hermano que lo amaba. Ojalá se me hubiera ocurrido preguntarle cómo fue capaz de perdonar.

He considerado las razones que ayudaron a mi madre a perdonarlo. Por sobre todas las cosas, mi madre vio a su madre llegar a experimentar la fe en Jesús poco antes de morir. Mi abuela nunca había conocido a su propio padre. Su reconocimiento de que tenía un padre celestial fue la nota de gracia máxima de su historia. En segundo lugar, mi madre ya había perdido a un hermano, así que tal vez entendió que una relación con su hermano restante era más importante que cualquier herencia. A pesar de todos sus desafíos, mi madre vivió cada día confiada en la protección y provisión de Dios. Una increíble bendición adicional que experimentó fue que una familia que después vivió en la granja llegó a la fe a través del testimonio de mi madre.

Solo puedo concluir que fue la gracia de Dios y el fruto de su fiel obediencia a Él lo que le permitió perdonar y sanar la pérdida y el dolor de su hermano. Aunque las esperanzas de mi madre se vieron destrozadas, ella renunció a ese sueño sabiendo que estaba bajo el cuidado amoroso de Dios. El mejor ejemplo de perdón para mí es el de Jesús en la cruz cuando oró: “Padre, perdónalos”. Puedo hacer esa oración cada vez que me cueste perdonar a otra persona, sin olvidar nunca el perdón constante de Dios hacia mí.

Un año después de que mi madre muriera, su iglesia celebró un banquete de otoño. En cada mesa había calabazas con una tarjeta que decía que las calabazas se habían donado en memoria de mi madre. No sé quién las proporcionó, pero se ha convertido en una tradición en esta época del año de poner calabazas en mi mesa como una forma de honrar el ejemplo de fidelidad y perdón de mi madre. Son como un montón de piedras, las piedras conmemorativas del Antiguo Testamento, que sirvieron como marcadores de la fidelidad del pacto de Dios. Mi monumento me recuerda que debo aferrarme menos a las cosas y nutrir más las relaciones. Mi madre lo aprobaría.


ACERCA DE NUESTRA BLOGUERA

Linnea Tideman siempre ha disfrutado compartiendo historias. Su infancia en New Hampshire y su herencia sueca le han proporcionado una gran cantidad de experiencias, pero también la base de su fe. Le gustan los proyectos creativos, los viajes, los libros, la costura, la jardinería, pero sobre todo la hospitalidad, a menudo organiza elegantes tés y ocasionalmente algo grandioso como recrear la cena en el Titanic. Sirve en los ministerios de UrbanPromise y Good Neighbors. Linnea vive en Landenberg con su esposo Dave. Tienen tres hijas mayores. Ella espera que sus escritos reflejen cómo Dios continúa revelándose a nosotros como nuestro pastor y Salvador.

ACERCA DE NUESTRA TRADUCTORA

Ana León nació en México y emigró a los Estados Unidos a los 9 años. Vivía en Kennett Square, Pennsylvania, pero su familia se mudó a Wilmington, Delaware, donde Ana conoció a su novio de la secundaria con quien ha estado casada por más de 13 años. Son padres de dos niños, uno de 14 años y otro de 11 años. Ana ha traducido e interpretado profesionalmente por más de 13 años. Comenzó a asistir a Willowdale En Español en el 2018 y sirvió como una de las intérpretes del servicio durante un año. Actualmente es parte del personal de Willowdale como la Coordinadora de los Programas del Ministerio de Niños. En su tiempo libre le gusta ir a la playa, pintar, leer, y escribir.