Cuando mi querida amiga me invitó hace poco a pasar una hora con ella en un laberinto de oración, me sentí intrigada y a la vez preocupada por no ser capaz de aquietarme lo suficiente como para lograrlo… No tenía ni idea de qué esperar, pero acepté dedicar una hora de mi tiempo a esta experiencia. Para mí, resultó ser profundamente emotiva y significativa.